NATXO ZENBORAIN Y LOS GAMUSINOS. POR: MACÍAS BERENGUER IVARS.
El sueño solo, confía al hombre todos sus derechos para la libertad.
Gracias a él, el sentido de la muerte es apenas misterioso y el de la
vida, se hace insignificante.
De La Révolution Surréaliste.
“He tenido un sueño”, diría él apresurándose al encuentro, antes del
primer café de la mañana. Se lo comunicaría ágil, bostezando a sus
compañeros de piso, a su pareja, a sus hijos o a su mascota, incluso a
cualquier desconocido, ¡a un público si se prestara!. Hay que
desembozar esta gana de transmitir lo que se vive en brazos de Morfeo
y, antes de que caduque en la memoria, compartirlo. No se vuela todas
las noches enganchado a un molinillo color fucsia con aspas pobladas de
mandriles perezosos. Así aterrizaría él en Pamplona hace un triángulo
bisiesto, linda fecha, justo cuando eclipsa la euforia en lo anodino.
Os presento a alguien que persigue un rastro de miguitas para dejarlas
donde las encontró o en otra parte, mutadas. Se trata de Natxo
Zenborain y lo conocí en la madriguera de un conejo preocupado por el
tiempo. En este artículo, los relojes no se acuerdan.
– Me duele la oropéndola- dijo el marqués, agitado.
– ¿Por qué?-contestó el grumete, a la bartola.
– Me duele nombrar algo que así, tan de bello,
desconozco.
W. E. Oriole (1923)
Natxo Zenborain y los gamusinos. Por: Macías Berenguer.
paisaje-urbano
Adam Cawood, habiendo sido exitoso niño cantor y mejor cocinero,
decidió probar suerte en otro país. Entonces, él mismo provocó el
cambio precipitándose en los mapas y todo fue sencillo, propicio, una
ciudad le ofreció modesta buhardilla donde leía, aprendía castellano y
cocinaba curry con cordero. Se compró una planta de chile habanero y la
colocó en la cornisa que daba a la cocina, las ventanas vaticinaban
primaveras. Un día de viento la plantita decidió emanciparse con el
ulular y Adam sólo se dio cuenta de ello once horas después, cuando la
fue a regar y ya no estaba. -¿Ha observado usted el momento exacto en
que el maíz se rompe en palomita?-. Adam no pudo prever que los
gamusinos andaban sueltos.
Zenborain carraspeó, se acomodó casi por impulso las gafas, y lanzó una mirada recriminatoria a la periodista novata.
– Vamos a ver, señorita, -dijo él en un ataque de vergüenza
ajena,-¿usted no se ha aprendido la lección antes de venir acá?, se les
envió hace semana y pico un catálogo de mi obra con biografía incluida.
¿Cómo se atreve a preguntarme que dónde nací?
– Es que aquí pone que usted aterrizó en Pamplona en el año sesenta
pero antes de eso…no consta nada. ¿Desde dónde voló usted y por qué?
– Señorita, yo aterricé y no vine precisamente de los cielos, habito el
surrealismo. Otros fueron paridos, digamos que la inmensa mayoría.
Aquello era una frase hecha que esperaba no se malinterpretara.
– ¿Frase hecha?, ¿hecha de qué?-, preguntó la periodista atónita, sujetando un bloc y un boli mordisqueado.
– Hecha de ironía.
– Entonces…¿usted nació en Pamplona?
Hubo un silencio sepulcral en la sala, las risas reprimidas se sentían en el aire. Natxo suspiró y sentenció:
– Siguiente pregunta.
Digamos que Natxo Zenborain optó por el surrealismo porque además de
ser algo travieso, el mundo que le rodea es demasiado ordinario e
insulso, y hay que aderezarlo para darle un poquito más de gracia. Lo
real es el trampolín para zambullirse en lo surreal, de ahí partimos,
por lo que no vamos a desprestigiar la realidad más de la cuenta. Vemos
una rosa en un jardín, nos la llevamos y tras procesarla la volvemos a
colocar en su lugar original. La rosa es rosa, sigue siéndolo, pero a
la vez ya no lo es. Hemos desbaratado la conexión que podía residir
entre la flor y el jardín y la hemos hecho nuestra con un injerto
transgresivo. Hay personas que no soportan la incongruencia de las
cosas y se tapan los ojos, otras sin embargo, agasajan sus pupilas y se
dejan llevar por la imaginación del artista, construyendo mundos
paralelos. Ésa es una opción. La otra es cambiar el objeto de
escenario, desubicándolo, alternativa todavía más inquietante. Me
contaba Natxo que en una performance que hizo hace unos años en un
parque de París, se dedicó a colocar zapatos de tacón por los bancos,
en el césped, sobre el pavimento. Una señora no pudo reprimir sus
antojos consumistas, cogió uno de los tacones -no había par alguno-, y
se dirigió al artista.
– Me saca este modelo, talla treinta y nueve, por favor.
– Lo siento, pero no vendemos los zapatos, son parte de la exhibición.
– ¿Cuánto quiere?, me gustan mucho.- replicó ella.
– Señora, no vendemos los zapatos….
Nos deberíamos replantear tras esta anécdota qué es la normalidad. Todo
el mundo, como escape, debe recurrir a esos momentos de lucidez
desviada (en las antípodas de lo habitual), esos momentos fructíferos e
intensos por minúsculos que sean, el legítimo, el mayúsculo derecho, la
libertad de evasión, la herencia de los niños. La boca de la madriguera
del conejo nos acompaña toda la vida, el lanzarse a sus adentros está
en nuestra mano, es cuestión de un poquito de esfuerzo y voluntad:
Arrojarnos a lo inusitado y ser devuelto a la hora punta, cotidiana,
rezumando centellas, arropado por los estímulos que nos brinda la vida,
embriagados de planetas imaginarios, (la banda sonora de Isao Tomita
suena en alguna dimensión).
Adam Cawood tenía la mosca detrás de la oreja. Primero un paquete de
gulas le había desaparecido de la nevera y yacía vacío en la basura,
después la mitad de un aguacate también se había esfumado. No obstante,
el caco hambriento, dejó en un tuperware la otra mitad del preciado
fruto, con hueso y todo, para que no se ennegreciera. La gota que colmó
el vaso fue su preciada planta de chiles que se había ido,
aparentemente, con el viento.
-Seguro que ha sido el mismo desalmado- pensaba. Y se rascaba la cabeza
a la vez que oteaba desde la ventana el lugar donde podía haber caído
la maceta de plástico. Ni rastro de ella. Pensó así que quizás se
habría colado en el balcón del vecino de abajo y determinado, bajó a
hacerle una visita. Mientras, un gamusino se deslizaba por la
barandilla de la escalera y pasaba inadvertido.
…
No se puede hablar de una sola obra cuando hablamos de Natxo Zenboain,
sería restringirse demasiado, todas están ligadas de alguna manera, el
tiempo no difumina la validez de lo que se forjó, lo enriquece y lo
reafirma. Con las técnicas es lo mismo: la fotografía, la plumilla, el
collage, la calcografía, los diaporamas…todas se solapan, apoyándose en
muchas ocasiones en las nuevas tecnologías, en la informática. Es una
amalgama de artes que convergen en la psicodelia. Nombres tan
sugerentes como “En el mundo existen tantos ombligos como personas”,
“No esperes ver…lo que creas ver” o “Mis viajes por las galaxias”,
denominan su hambre creadora y las direcciones que toman su
extravagancia e ingenio.
En sus happenings y performances ha colaborado con artistas de todo el
mundo cubriendo disciplinas artísticas de lo más variadas. Fue
galardonado en el 2001 en el Bienal Internacional de Arte Contemporáneo
Ciudad de Florencia, aunque en su ciudad natal las autoridades no se lo
quieran reconocer, quizás por subversivo.
…
Tocó a la puerta y el vecino apodado “Pimiento”, trompetista amateur
que en ese preciso instante estaba ensayando, no se hizo esperar. Abrió
y recibió sonriendo a Adam Cawood que con su nivel básico de
castellano trató de explicarse:
– Hola…eeer…yo vivir arriba.
– Ahhh, eres el que ha alquilado la buhardilla, qué tal.- contestó la sonrisa del vecino del tercero.
– Mmmm, bien… ¿es…pimiento?- preguntó el otro refiriéndose a los chiles extraviados.
– ¿Yo?, sí, me llaman el “Pimiento”- y le extendió la mano amigablemente.
Algo no cuadraba en la mente de Adam, los patrones no encajaban,
tendría que probar de otra manera. Así, mientras estrechaba la mano del
vecino con la boca al sesgo, volvió a intentarlo:
– Eeeh… ¿estar…pimiento?
– Sí, yo soy el “Pimiento”, ya te lo he dicho, ¿qué quieres?- Su cara
amistosa se extrañaba progresivamente. La mano de Adam cada vez más
flácida desvelaba la timidez y el agobio. Se separó y trató de
gesticular lo más que pudo. Cinco triángulos más tarde y otros tantos
sudores, el malentendido se encauzó por óptimos derroteros. “Pimiento”
le dijo como pudo que no había visto ninguna maceta ajena en su balcón
pero que si se enteraba de algo se lo comunicaría. Cuando la
conversación ya tocaba su fin, la cara del inquilino se iluminó. En un
acto espontáneo le dijo a Adam que esperara, y se metió en su casa a
todo correr. Regresó con un chile en la mano y rostro de satisfacción.
Acababa de recordar que aquella misma mañana, barriendo el salón, se lo
había encontrado en el piso. Ni se lo trató de explicar, se limitó a
sonreír y decir:
– Es pimiento.-, se lo dejó en la mano y le cerró la puerta en las
narices. Adam Cawood se quedó sosteniendo el chile entre sus dedos,
pestañeando, con cara de berenjena. Una legión de gamusinos se abalanzó
sobre él y lo tiró escaleras abajo.
Previamente hablábamos de la boca de la madriguera y de cómo podíamos
penetrar en ella, soñar y fascinarnos. El problema es cuando te engulle
sin tu consentimiento, te aspira y te deja en pelota picada en una
situación descabellada, sin pies ni cabeza. Las pequeñas anomalías de
lo cotidiano las producen, entre otros, los gamusinos de Natxo
Zenboraín. Los gamusinos me consta que existen. Te esconden las cosas,
las cambian de sitio, producen situaciones insólitas, encuentros
fortuitos, atraviesan espacio y tiempo por las grietas. Si tiene usted
cinco cortaúñas y calcetines sin pareja, sabe a lo que me refiero.
Esbirros de Natxo, despliegan su picardía por la ciudad y desvelan a
este polifacético artista. Os invito a reflexionar sobre su arte
fresco, colorido, irreverente, mandarina, felpudo, ciruela, botijo,
macuto…
(Si padece de estreñimiento onírico no dude en consultar esta página web ) natxozenborain.com