La gestión cultural, en muchos casos, se asemeja a un hámster atrapado en una rueda: un ciclo repetitivo de procesos burocráticos, trámites interminables y políticas que limitan la creatividad en lugar de impulsarla. Dentro de este modelo, los mismos actores se reparten el poder y el reconocimiento, priorizando la visibilidad personal sobre la renovación cultural. Para ellos, salir en la foto es suficiente, sin necesidad de apostar por proyectos innovadores.
Este círculo cerrado impide la exploración de nuevas ideas y mantiene a los espectadores en un estado de consumo pasivo, viendo siempre lo mismo y de los mismos. La cultura, en lugar de ser un espacio dinámico de expresión y crecimiento, se convierte en una repetición forzada de fórmulas agotadas, sin evolución real. Es como la caverna de Platón, donde las personas solo ven reflejos de lo que la cultura podría ser, pero no acceden a su verdadera profundidad.
Por el contrario, una gestión cultural basada en la libertad de acción abre nuevas oportunidades. Para romper la rueda del hámster y salir de la caverna, es fundamental permitir a los artistas crear sin restricciones, fomentar el riesgo creativo y renovar la conexión entre cultura y sociedad. Esto implica:
Transparencia en la gestión, evitando monopolios en la toma de decisiones.
Apoyo al riesgo creativo, financiando proyectos innovadores que desafíen lo establecido.
Diversificación del acceso a la cultura, pensando en públicos nuevos y no siempre en los mismos beneficiarios.
Educación para la innovación, ayudando a los espectadores a descubrir expresiones artísticas fuera de su zona de confort.
El liderazgo en cultura no debe encerrarse en círculos cerrados, sino abrir caminos para el crecimiento y la evolución artística. La clave está en transformar estructuras rígidas en plataformas de impulso creativo, donde cada voz y cada idea sean valoradas. Solo así la cultura se convertirá en un espacio vivo y auténtico.


