Natxo Zenborain Etxegoien

Como todo el mundo sabe -o debería saber- son múltiples las maneras que tienen los fotógrafos de encararse con el mundo de la fotografía, digamos que desde la del puro y simple retrato como se vio obligado a hacer el fotógrafo madrileño Alfonso cuando, terminada la Guerra Civil, le fue retirado el carnet de prensa, o el realismo poético de Henri Cartier-Bresson, el realismo social de Dorotea Lance, la extraordinaria fotógrafa de la Gran Depresión, al puramente documental al estilo de Joan Fontcuberta o Ramón Masats, que no solamente nos enseñaron a ver una España anecdótica, sino también distinta. Ello sin olvidar al de los reporteros de guerra como el famoso Robert Capa o su compañera Gerda Taro, que deambularon con sus cámaras por los frentes de guerra de medio mundo, que no solamente por el de nuestra guerra civil, o  el de esa manera de ver el mundo y la vida que es la del surrealismo de Man Ray -¿Habrá que recordar que estamos en el centenario del nacimiento del movimiento surrealista?-, lo mismo que por detrás de las creaciones de Natxo es el surrealismo el que muestra su cara, igual que también  lo hace por las de Ouka Leele o Chema Madoz pongamos por caso-. Sin olvidar, por supuesto, la espontanea del hallazgo casual con la vida, como en el caso del famoso Beso de Robert Doisneau por citar solamente algunas, Ya que hasta la Ciencia ha sabido sacar partido de ella. Por cierto, que nuestro premio Nobel Ramón y Cajal fue algo más que un aficionado a la fotografía, dejando un libro de su pasión por ella sobre la fotografía en color: LA FOTOGRAFÍA DE LOS COLORES, escrito en 1912.

Y es que cualquiera que se pone detrás de un objetivo buscando algo más que hacer una fotografía familiar o de recuerdo al estilo del “Aquí estuvo Pepito”, sobre todo si tiene unos mínimos de interés artístico, pretende, sobre todo, expresarse a sí mismo contando la vida o el mundo como él lo ve. Justo lo que hace el fotógrafo pamplonés Natxo Zenborain con su forma foto pictórica de buscar trascender, el fin último de cualquier artista que se precie de serlo, a la vez que de despertar la imaginación del espectador o llamar su atención sobre un hecho concreto.

No sé si Natxo Zenborain, al que no es difícil encontrar por la parte vieja de Pamplona con una cámara fotográfica colgada al cuello, que como suele suceder en lugares como nuestra ciudad empieza a ser más conocido fuera de ella que en casa, como lo demuestran sus premios Lorenzo de Médicis o el que acaban de darle en Teherán hace unos meses,  inició el camino por el que hoy se mueve su trabajo “jugando” con la Polaroid -me da por pensar que sí-, pero la verdad es que hoy ha llegado de manos de su imaginación a la creación de unas técnicas mixtas foto pictóricas llenas de color y en ocasiones de belleza, que traducen un mundo personal lleno de matices que, incluso, parece querer abrir la puerta de la psique del espectador, casi un poco al estilo del conocido test de Rorschach, a la vez que estimular su imaginación llevándole por mundos fantásticos y en ocasiones fantasmagóricos, e incluso tenebrosos, que llegan a sobrecoger el ánimo. ¿No estará detrás de muchas de sus composiciones una reminiscencia, un recuerdo subliminar del tan traído y llevado Big Bang del que casi hasta ahora mismo se ha venido aseverando procedía todo este universo en expansión del que formamos parte?  Y, sin embargo ¿Cómo no recordar delante de otras muchas de ellas la belleza de una noche estrellada del mes de julio, cuando canta el grillo su canción de apareamiento, o la del microcosmos de los átomos y sus partículas que también dicen los físicos que constituye la materia?

Salvador Martín Cruz

Pamplona. 23- Octubre -2024.